SENTENCIA SALOMÓNICA
En
la memoria social de Nochistlán, Zacatecas, se platica que no existía por 1930
ningún edificio dedicado al mercado y sin embargo se llevaba a cabo todos los
días un comercio muy activo sobre todo los sábados y domingos, se le llamaba el
mercado del zacate a la cuadra dedicada a la venta de pastura para toda clase
de animales domésticos, además se vendía leña, carbón, ocote, vigas, morillos,
para los techos de terrado de aquellos tiempos, también se vendían y compraban
caballos, burros, mulas, machos, cochinos, también llamados puercos, gallinas,
huevos, en fin, todo lo que traían de los ranchos del municipio. Este mercado
se encontraba en la parte oriente del antiguo hospital de la Purísima
Concepción, hoy corresponde a la parte norte del Mercado Municipal, los
rancheros que ingresaban por el norte, lo hacían por la calle Coronel Jesús Mejía,
y la gente que venía de Las Ánimas y la Sierra de Nochistlán lo hacían por el
sur, pasando por la calle Hidalgo, pasando por la Presidencia Municipal, y
llegando al portal Abasolo.
Fuera
del portal, en el arroyo de la calle, se instalaban desde las ocho de la
mañana, los alfareros, entre los que se contaban, los Martinez, los Preciado
que venían de la mesa de San Juan y también los del Barrio de Santo Santiago,
contándose los Borroeles, Blanco y demás familias, que vendían jarros,
calderetas, ollas, cazuelas, comales, apastes y muchas cosas más, de diferentes
tamaños, formas y grecas, según el ingenio de los alfareros, esta calle era
paso obligatorio para quienes tenían que ir al mercado del Zacate, los animales
impuestos a caminar bajo el peso de su carga, pasaban con la cabeza baja, el
cansancio los hacía ser dóciles y bien educados, por eso lo que sucedió aquel
día, fue motivo de muchos comentarios, que llegan hasta nuestros días como
parte del ingenio de un Juez Municipal y lo platicamos como la memoria social
nos los regala.
Ese
día en que la primavera llega cantando a la vida, frente a la casa de don José
Sandoval, se exhibían muchos utensilios de barro, como se usaba, en el piso
empedrado de la calle, diferentes colores, grecas para todos los gustos,
tamaños para todas las necesidades, una joven burrita propiedad de don Julián
Pérez, caminaba despacio, sus ojos de azabache brillaban de una manera muy
especial, volteando de vez en cuando a ver un atajo de animales que venían
atrás de su grupo, cargados de morillos, menos uno, que traía un poco de leña
de manzanilla, ellos venían del palo herrado, dice un arriero que los animales
tienen instintos muy grandes, y que los olores de sus cuerpos vuelan por los
vientos, sabrá Dios cómo estaban las cosas, el caso es que entre los animales
que arriaba Benjamín Ramírez, venía un burro joven, al que se le consideraba
muy matrero, y lo estaban amansando, por eso le pusieron en su lomo poca leña
para que fuera conociendo el oficio, pues le tocó la suerte de ser animal de
carga, éste animal nunca había salido de los agostaderos, libre, fuerte,
garañón, de mal carácter, orgulloso y que contempló a la burrita blanca, por lo
que bastó una sola mirada para engendrar un deseo natural para todos los seres
vivos, pareciera que la mirada discreta de la burrita lo fue con una aprobación
y un fingido desdén, al darle la espalda, fue aprovechado por el asno, sin
mediar rebuznos, se trepó en ella, haciendo imaginar que comenzaba el fin del mundo, bailaban sobre
los utensilios de barro, y en sus desfiguros que eran aplaudidos por unos y
causa de risa para otros, botaban pedazos de botellones, platos, cazuelas y
todo género de cosas que eran propiedad de don Felipe Martínez, alfarero de la
Mesa de San Juan, que sombrero ancho en mano, corría y brincaba tratando de
alejar a los dichos animales, todo hacía con la intención que se alejaran de su
vendimia, pero todo fue en vano, en esos momentos los burros vivían su delirio
amoroso, así que ni siquiera veían al agraviado dueño.
Ésta
acción creadora y destructiva, desde el punto que se quiera ver, duró poco
tiempo, todo volvió a la normalidad, menos el estado de ánimo del señor
Martínez, pues lleno de coraje se enfrentó a los dueños de los animales, pidiendo
que pagaran los daños causados, pero como suele suceder, nadie quería pagar
nada, alegando que ellos no tenían ninguna culpa de los platos rotos, que
ninguno de ellos habían mandado a sus animales para que bailaran sobre sus
mercancías, en tal caso era culpa de los dos animales, y que les cobrara a
ellos, total, decían en sus alegatos que era la ley de la naturaleza y hasta el
mandato divino de crecer y multiplicaos. Afortunadamente el comandante de la
policía municipal llegó oportunamente, quien con autoridad, puso paz a los alegatos, mandó encerrar a los animales
implicados en este accidente, mientras que los quejosos fueron llevados al
Juzgado Municipal, siendo Juez don Justo Anguiano, hombre bueno, tranquilo,
blanco de pelo y bigotes, como si fueran hilos de platino, rostro rubicundo y
chapeteado, frente a un escritorio finamente decorado con motivos indígenas y tosiendo
severamente, los colocó frente a su amplio sillón y le pregunta al policía cuál
era el motivo de su presencia, y le explica lo acaecido, y pide lo mismo a cada
uno de los comparecientes su versión de los hechos. Una vez recibidos los
testimonios, se frota instintivamente sus bigotes estilo porfiriano y les dice:
Señores, lo que alegan sin duda tiene ciertos fundamentos filosóficos o
religiosos, pero lo que es cierto, es que sus animales causaron daños al patrimonio
de don Felipe Martínez, y me toca mi dictar la sentencia que corresponda a los
hechos señalados, pues, si ciertamente los burros no pueden ser enjuiciados, los
dueños de los animales sí tienen responsabilidad y eso es lo que estamos
discutiendo. Los daños causados están probados con los tepalcates traídos, por
lo tanto se comprueba el cuerpo del delito, no podemos señalar quien tiene la
razón de éste hecho, pero sí podemos distinguir quien causó los mayores destrozos,
y atención a ello, resuelvo que don Julián Pérez, dueño de la burrita pagará
dos terceras partes del daño causado y el señor Benjamín Ramírez, pagará una
tercera parte de lo que se estime como daño de los bienes destrozados, pues
como consta de las constancias procesales la conocida burra, pisoteó los
utensilios con sus cuatro patas y el burro sólo pisaba el puesto de la vendimia
con sólo dos patas, de modo que su daño fue menor, esa es mi sentencia, la cual
deberán de cumplir cabalmente. Determinación dada a las once horas del día 30
de mayo de 1930.
Nochistlán,
Zacatecas.
El
Juez Municipal
Datos
aportados por el Licenciado Enrique Reyes Martínez, Cronista Municipal.
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