“CIERTAS PETICIONES E INFORMACION HECHAS EN VALLADOLID DE DON FRANCISCO TENAMAZTLE”, que actualmente se encuentran en el archivo general de Indias, en Sevilla, España, en donde entre otras cosas señala:

 





  “… Muy poderosos señores, don Francisco Tenamaztle cacique ó tatoan de la provincia de Nochistlán y Xalisco, besa pies y manos de vuestra alteza y comparezco ante este Real Consejo de Indias, en la mejor forma y manera que de derecho tengo y pidiendo justicia digo en verdad lo siguiente.

Que como le consta a Vuestra Alteza, yo he sido enviado a estos reinos de Castilla por el Visorrey de Nueva España don Luis de Velasco; he venido preso, desterrado, solo, desposeído de mi estado y señorío, sin mi esposa he hijos; con suma pobreza, sed, hambre y muy grande necesidad; he venido por mar y tierra sufriendo muchas injurias afrentas y persecuciones de muchas personas; he sufrido mucho y grandes trabajos y mi vida ha estado en peligro.

Así me han remitido. Esto lo tengo por muy agraviado y va contra toda razón y justicia que tienen nuestro Rey justo, cuya voluntad y costumbres (según ha oído decir) se manifiestan para que todos las cumplan.

No ha bastado que los españoles me han hecho tantos, inmensos e increíbles daños irreparables, haciéndome guerras injustas. Me han matado cruelisimamente a muchos de mis parientes, deudos, vasallos y otras gentes.

Por ese temor anduve desterrado de mi casa, de mi tierra, de mi mujer y mis hijos; anduve muchos años en montes por temor de los que perseguían mi vida.

Esto no era paz, sino cruel guerra. Ellos habían ahorcado con todas las crueldades a muchos grandes señores, tanto vasallos míos como parientes y vecinos.

El principal causante de estos daños y agravios fue Nuño de Guzmán que vino primero a mis tierras siendo yo de ellas. Ahí no se reconocía ni acostumbra a otro señor superior como es público en mi señorío y república.

Fue un violento opresor mío y de mis súbditos estando yo en mi tierra y mis súbditos seguros y pacíficos.

Nos maltrataban como si fuéramos declarados enemigos del pueblo cristiano o de los reyes de Castilla, o como si les hubiéramos causado gravísimas ofensas.

Yo pudiera justamente haber tenido mano armada como hombre infamado por tan grande tirano destructor y opresor de las gentes mexicanas y de Panuco y Michoacán.

En estas provincias el mató y torturó a los reyes, grandes señores y muchas otras con el rey Cazonci de Michoacán, otro de ahí y de otras partes.

 Esta fama mortífera era tan espantosa que volaba por aquellos reinos. Era tanta que temblaban los mismos españoles que llevaba, prefiriendo, si pudiera, enterrarse vivos para no verlo.

Pero yo, don Francisco salí de paz, mandando a mis gentes que recibieran a los cristianos benigna y amigablemente y les dieran en abundancia los bastimentos que necesitan, lo hice por natural y abundante piedad.

Eso me puso en peligro de recibir males y daños tan grandes como antes los habían recibido mis gentes de mis tierras.

Nuño pasó a la provincia de Culiacán buscando oro y riquezas. Esa provincia era de las mas hermosas y pobladas del mundo. Allá asoló maltratando a cuchillo a cuantos  encontraban sin diferencia de sexo, edad, dignidad llenando las casas de gentes como niños y viejos, chicos y grandes, y luego viéndolos quemar vivos.

Destruida aquélla provincia en breves días volvió a Pánuco y como pagado del hospedaje que yo, mis gentes y otros caciques le hicimos, y como agradecimiento a los de Pánuco,  aquí acordó poblarla con nuestra provincia que tenía mas oro y plata.

Me puso a mí, don Francisco, a mis gentes, a muchos otros caciques y señores con sus vasallos, en el acostumbrado y espantoso cautiverio que los españoles llaman encomienda. Les repartieron a cada español los pueblos y sus vecinos, como si fuéramos bestias del campo.

Yo y los míos sufrimos con paciencia dicho cautiverio, así como otros caciques y sus vasallos.

Vinieron los frailes de San Francisco diciendo que venían para enseñarnos a conocer a un solo y verdadero Dios que vivía en los cielos y que los enviaba para ese fin  un rey de Castilla justo y piadoso.

En este tiempo yo fui uno de los primeros que por la predicación y persuasión de dichos religiosos, mi convertí y recibí el santo sacramento del bautizo, así como muchos otros señores y gentes populares.

Estando todos los pueblos quietos y seguros en estos días, enviaba de noche a gente de  a pie y a caballo a asaltarnos y a todos los tomaban, porque tomaban a los que querían, los hacían esclavos marcándolos con el hierro que decían era del rey el que mandaba que así se hiciera.

De esta manera hizo tantos esclavas hombres y mujeres, niños de toda edad dejando maridos sin mujer y mujer sin marido, hijos sin padres y padres sin hijos; los enviaba a vender a las minas y otras partes de Nueva España donde se los pagaban mejor.

Aparte de todo lo anterior que hizo el dicho Nuño de Guzmán, sus criados y todos los demás españoles que traían, eran muy crueles.

Afligían y afligieron  a los pueblos e indios con excesivos trabajos en las minas y fuera de ellas.

Los oprimían sin ninguna piedad tratándolos con tanta aspereza en todo genero de servidumbre  y con crueldad como si fueran de hierro o metal, sin cuidar la salud y la vida, como si fueran fieras del campo.

Hizo capitanes a Juan de Oñate, a Cristóbal de Oñate y a Miguel de Ibarra que ahorcaron a nueve principales señores, a otros deudos míos nobles y vasallos principales, con crueles vejaciones, azotes y palos y no sufrirles.

Tan malos tratamientos que recibían los vecinos comunes, no pudieron sufrirlos.

Tanta impiedad y maldad, hizo que se fueran a los montes como naturalmente se va el buey manso.

Encarnecidamente  iban los españoles atrás de ellos defendiéndose, a veces descalabraban o mataban a algún español.

Estando los caciques y señores en sus casas seguros sirviendo a los encomenderos, estos ahorcaban a aquellos por lo que habían hecho otros.

De esta manera y por dichas culpas ajenas, ahorcaron a muchos caciques y principales creciendo cada día los agravios, daños irreparables calamidades, espantoso cautiverio, muertes y fin de la población.

Entonces vino por mar el adelantado Álvaro con quinientos hombres que iban a  descubrir. Se alojaron en aquella provincia. Hubo otros descubrimientos que hicieron muchos españoles.

Estos descubridores añadieron agravios a agravios, crueldades, robos, violencia con fuerza contra mujeres casadas; usurpaban a sus hijas y muchos otros males que no son contables. Esto es costumbre y uso entes los españoles donde quiera que andan por aquellas indias.

Así todo aquel reino como los demás estaba afligido, apresado, fatigado y destruido.

Puestos en estado tan abatido y calamitoso, que amenazaba su total exterminio, como ocurría con muchos millares en servidumbre, contra la justicia en las encomiendas de los españoles, siendo nosotros gente libre.

Los maltratados acordaron irse a los montes hacerse fuertes allá para defender sus propias vidas, a sus mujeres e hijos, como dios y la naturaleza conceden natural defensa aun a las bestias y a cosas insensibles e inanimadas a quienes favorecen y defienden todas las leyes y se tienen por mas lícitas y divinas en los humanos.

Yo, Don Francisco, viendo que tan inhumanamente habían ahorcado a los nueve caciques juntos, sin justicia y estando seguros en sus casas y sus tierras, y que muchos vasallos y vecinos habían perecido, no quedando en aquel reino ni uno por ciento, pues no había  justicia ni modo de obtenerla, ni persona a quien quejarnos ya que todos eran y son nuestros enemigos capitales por que todos nos roban, afligen, oprimen y tiranizan hasta la fecha, acorde también huir con la gente que me quedaba para salvarlos a ellos y a mi como estaba obligado por ley natural, pues si no me fuera, a mi también me hubieran ahorcado con la misma crueldad e injusticia.

Este huir y esta defensa natural (Muy Poderosos Señores) resultado del mal uso que siempre han hecho los españoles de la propiedad de los vasallos, ha conducido a levantarse contra el rey.

Juzgue vuestra alteza, como espero que juzgara con justicia y católicamente como jueces muy rectos a quién  en otras naciones aunque carezcan de fe en Cristo ni de otra ley divina no humana sino aprendida por razón natural, que entre las criaturas irracionales, especie de bestias es lícito y muy justo huir y defenderse con dicho levantamiento como los españoles quieren llamarle.

Además ellos han suplantado a su rey dándonos a  entender que ellos mismos son el rey. Cuando han usado el nombre del rey ha sido para imponer y levantar culpas y pecados que nosotros nunca pensamos cometer y para acusarnos de injusticias y violencias tiránicas extrañas a toda humanidad entre nosotros y que ellos cometen muy sin humanidad.

Me fui y estuve nueve años donde nunca ningún español si yo no quisiera, me pudiera haber visto y hallado pero acordando que ya soy cristiano y que andando por los montes no podía vivir cristianamente, ni vivir, ni reposar, y creyendo también que viniéndome de donde estaba seguro,  a mí propia tierra y señorío que herede de mis padres y del cual he sido despojado y privado sin justa causa ni razón, me vine yo solo y por mi propia voluntad, a ofrecerme al

obispo de aquella provincia para que tratase con los españoles que yo fuera recibido con amistad, humanidad y cristiandad, pues de mi agrado venía a sufrir la vida desesperada que de continuo da a todas nuestras gentes los españoles, ignorando las persecuciones y malos tratos que me han causado.

El obispo (Pedro Gómez Maraver) me dijo que le parecía bien y que fuéramos a ver al visorrey don Antonio de Mendoza como la persona que habría de considerar mi regreso como de servicio. Yo estuve  conforme con mi propia voluntad.

Así venimos a México  pero encontramos que había partido y que lo sustituía en el cargo don Luis (de Velasco).

Allá estuve un año con el obispo. Este murió en ese tiempo. Cuando quise volver a mi casa, acompañado de su clérigos, me detuvo el visorrey y sin otra causa mi justicia  nueva de las que arriba he dicho, me aprendió, me puso grillos y me llevó a Veracruz donde me embarco y me trajo preso a acá, con las injurias, afrentas, hambre, sed y abatimiento de mi persona como comencé a citar arriba.

Todas esas cosas lamentables, agravios y males he recibido de los españoles sin haber yo ofendido a ninguno, pues al contrario con mi sangre y sudor de los míos han comido, vivido y vestido muchos años y tiene y han tenido muchas riquezas para triunfar como es público y notario.

También mis enemigos me han destruido, infamado y apocado ignominiosamente, trayéndome al estado en que estoy en este lugar. Lo anterior no lo niegan ni aunque quisieran, por el contrario  se jactan de ello.

En este Real Consejo de Indias hay varios de ellos, con residencias y procesos como contra el dicho Nuño de Guzmán y otros que son tantos que hoy son espantosos.

Lo anterior nunca se podrá aclarar, decir ni confesar ni uno por diez mil.

Por lo tanto a vuestra alteza pido y suplico teniendo ante sus ojos solo a Dios, a la verdad, a la justicia, a que soy cristiano y a las duras persecuciones y daños no tolerables, despojos, cautiverios, ofensas y el destierro que yo y los míos hemos padecido y actualmente padecemos los vivos que estamos en la miseria y la  calamidad en que estoy actualmente, me mando irremediar y haga cumplida justicia en los siguientes:

Primero. Si me querello criminalmente de tantas muertes, cautiverios, agravios y dejos, males y daños contra la justicia natural y de derecho de las gentes, por ser ellos muchos, Vuestra Alteza no los va a mandar matar, y,

Segundo. Si lo hago civilmente para que me paguen y satisfagan dichos males y daños, no bastaran ellos ni todos sus linajes aunque tuvieran grandes rentas y grandes  estados, como para satisfacerme a mi y a los otros caciques  y señoríos y a todo aquel reino y a sus vecinos que son damnificados y agraviados.

Para evitar mis querellas y el peligro de perder mi vida y que mi persona padezca en estas tierras tan diferentes por su extremo frió y calor en contra de la mía donde nací y me he creado,  para pagar los daños de tantos que me han hecho y me agraviaron, confío en la rectitud e igualdad de este Real Consejo de Indias que siempre aplica la ejecución de la justicia a quienes se la deben hacer, Vuestra Alteza tenga a bien mandar poner en libertad a los vecinos y moradores que quedan vivos en el pueblo de Nuchiztlán Ymisquitutla y que a mi me restituyan mi propio señorío que me dejaron mis padres y del cual he sido despojado lo mismo que los míos, y que al devolvérmelo se incorpore a la corona real de Castilla y a Vuestra Alteza, a cuyo servicio yo quiero vivir siempre y mis descendientes; a su real bandera ofrecemos militar como vasallos de ella haciendo solemne declaración como es costumbre y leyes en Castilla.

En el cumplimiento de ello trabajare  para traer al servicio de vuestra corona real a los Tlaxcaltecas que son otras naciones que son bravas y que no han venido al gran servicio de Dios ni a la obediencia de su majestad por los grandes daños y males que ellos han recibido de los españoles, así como sus vecinos de las providencias  donde han llegado; también a muchos otros pueblos que están escondidos y feroces en odio mortal contra los españoles los que hacen lo mismo donde querrá que han estado.

Me ofrezco a traerlos sin lanzas ni espadas, dándome Vuestra Alteza un obispo y cierto número de frailes con los que yo vaya de acá a allá, para que publiquen y  prediquen lo mismo que otros religiosos en otros lugares certificando la voluntad de  su majestad y las mercedes que les hará.

Pongo por principal condición para poder para cumplir lo que ofrezco ante aquellas naciones, que Vuestra alteza me proporcione una carta y una provisión real seguro que por tantos privilegios para estos pueblos y gentes que yo trajera de paz y desde luego se incorporen a la corona real de Castilla; que en ningún tiempo ni con ninguna causa ni razón mientras ellos vivían estables en el servicio y devoción de los reyes de Castilla los sacarán de sus pueblos ni se encomendarán a españoles o particulares ni se darán en feudo en cualquier vía que se pudiera pensar; que los caciques y señores naturales queden sustentados y confirmados en sus estados y señoríos, con su sesión a sus herederos conforme a las leyes y costumbres justas; que siempre tengan por universales supremos y soberanos señores y reyes  a los de Castilla; de este universal conocimiento los señores darán cierto tributo, lo mismo que sus descendientes en dichos estados.

Todo lo anterior entiendo ofrezco y prometo hacer como digo, con la ayuda de Dios y de los frailes, con lo cual mucho espero servir a su majestad haciendo que todas aquellas gentes dejen los errores y la religión reprobada que han llevado hasta ahora, porque no tuvieron quienes los adoctrinara e informara sobre la verdad. Esto lo han tenido por su ignorancia y ceguedad.

 

Don Francisco Tenamaztle rubrica”.

 

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